Soy una Guardiana. Insomne, hembra y hechicera. Soy rara incluso para el resto de guardianes porque no ando por ahí comparando cuchillos o golpeando el suelo con los nudillos. No acabo de entender muy bien por qué o por quién blandimos nuestras armas, pero sospecho que bajo la torre se encuentra un pueblo al que hay que proteger. Lo noto en las miradas de los civiles y en algún halo de conversación que capto a los intendentes. No sé por qué mi espectro me eligió para darme una nueva oportunidad, pero si recuerdo mis primeros pasos.
El cosmódromo me parecía abrumador y hostil. El polvo dificultaba mi visión. Tenía delante un par de escorias y un capitán con daño de arco al que no era capaz de acertar. Me impedían el acceso al edificio y mi misión dependía de ello. Me resguardé en una esquina intentando romper desde la distancia la resistencia del capitán. La munición empezaba a escasear y el escudo del contrario se regeneraba una y otra vez. Al mismo tiempo los escoria me lanzaban sus granadas eléctricas con una precisión milimétrica. Me tenían acorralada.
Iba a cambiar de estrategia y utilizar mi recién aprendida habilidad doble salto para atacar desde una cornisa cuando lo vi aparecer. Aún hoy me cuesta manejar el colibrí como él lo hizo. Subió las escaleras con él y cuando parecía que iba a pasar de largo bajó de un salto, voló unos instantes, desapareció y volvió a aparecer detrás de los tres caídos. Ni siquiera se dieron cuenta de que estaban siendo atacados por la Super de un cazador de nivel 29.
Fue la primera vez que vi a los caídos desintegrarse en esas motas plateadas y centelleantes. Quedé paralizada no solo por eso, sino por la armadura del guardian, reluciente y llena de colores y formas, con miles de detalles y decorados. Nada que ver con la mía.
Antes de irse me hizo una extraña señal en la distancia que ahora reconozco como el tosco saludo de los cazadores, para que saliera de mi escondite y siguiera. Lo mejor que hice fue reaccionar con el saludo de mi clase, una estudiada reverencia que conocemos instintivamente y que ejecuté a la perfección. Volvió a invocar su colibrí y desapareció por los túneles.
Yo iba a hacer lo mismo, pero lo mejor acaba de empezar. Pensativa, miraba mi espectro cuando el cielo se oscureció y me advirtió de que habría problemas. Un satélite de Órbita Muerta había caído y tocaba defenderlo hasta su extracción. Aviso a los guardianes cercanos. No podía negarme. Ni se me pasó por la cabeza.
Al principio todo parecía tranquilo. El espectro trabajaba afanosamente en el satélite y yo agarraba mi nuevo fusil automático con fuerza mirando al horizonte. Aún lo conservo, como mero recuerdo. El grito estridente de los vándalos me heló el corazón. Un destacamento rastreaba la zona y era imposible ocultar aquella máquina enorme. Cuando los vi acercarse no dudé y abrí fuego. Cayeron pronto pero no lo bastante. Al momento una nave de carga dejó otro puñado de vándalos y algunos escoria. "Esto se complica, me daré prisa", dijo mi fantasma.
Tampoco me costaron demasiado pero había agotado mi arsenal de granadas y mi secundaria, un fusil de pulsos también nuevo, no acababa de gustarme por su cadencia. Seguí encomendándome al automático. La cosa se complicó aún más pero mi espectro no dijo nada. La noticia corría y casi todas las castas de caídos hicieron acto de presencia: Escorias, Capitanes, Vándalos sigilosos, aguijones y hasta un par de Sirvientes. Aquello no podía salir bien. Empezaba a retroceder y a formarse en mi cabeza la idea de destruir el satélite antes de dejarlo caer en manos enemigas.
Ese mismo día también vi por primera un Gjallahorn evolucionado. Un proyectil alcanzó de lleno a los sirvientes haciéndolos desaparecer y de paso alcanzó a los vándalos, rompiendo su invisibilidad. Ese día aprendí lo que era una patrulla. Dos guardianes nivel 31 barrieron aquella oleada y las siguientes sin pestañear. Me protegieron de un capitán de escudo doble que parecía absorber todas mis balas y se anticiparon a todos los movimientos enemigos. Cuando uno de ellos activó la radiancia y casi me tumba su energía supe que había escogido bien mi rol como guardiana.
El satélite se salvó, la órbita muerta nos recompensó y el suelo quedó lleno de munición, engramas, orbes y hasta un estandarte de las casas que el criptarca agradeció a su extraña manera. Yo miré a los guardianes que bailaban, como ahora me miran a mí los recién llegados y todo empezó a tener sentido. El resto de la misión fue bastante más tranquilo.
Por eso recuerdo tan nítidamente mis primeros pasos como guardiana. La muerte no tiene importancia cuando los espectros te han elegido. Si caemos en batalla El Viajero no tardará en levantarnos y nuestra lucecita nos mirará con su ojo curioso otra vez.
A lo que yo me agarro, lo que da sentido a la lucha para mi es la hermandad entre guardianes. Más allá de las facciones, los clanes y los enfrentamientos en el crisol, más allá de la vanguardia o la torre y los distintivos que cada uno lleve, cuando Crota se hace presente, cuando hay que enfrentarse a Omnigul, al Arconte o cuando vuelven a montar a Valus Taruc, todos los guardianes somos uno. A eso me aferro y eso es suficiente para luchar.
Tuve la oportunidad de devolver el favor. A los novatos se les reconoce fácilmente por sus uniformes oscuros y sencillos y por la extraordinaria habilidad para meterse en lios.
Éste tenía un nivel 7 y estaba rodeado de Goblins Vex, obviamente desviado de su camino. Perdido tal vez o quizá no y sólo fuera un temerario. En cualquier caso lo estaba pasando mal. Con buen criterio se centraba en el Minotauro pero éste aparecía y desaparecía a placer. Estaban jugando con él y eso pudo conmigo. Eso y que también era Insomne Hechicero. Alcé el puño en mi colibrí pidiendo el alto a mi escuadra y salté.
Caí en mitad de la refriega. Un cañonazo de escopeta de la serie Juicio justo en mitad del Minotauro hizo estallar su escudo morado. Activé mi especial y la bomba nova se desplegó con un gran estruendo azul y limpió la zona dispersándose en pequeños fragmentos que siguieron a los enemigos. Todos cayeron. Yo hice mi reverencia como despedida. El novato no reaccionó. Sólo se agachaba arriba y abajo. Después se sentó y se quedó mirando. No acertó a hacer el saludo, o eso pensé.
Qué más da. Se lo debía.
Se lo debía a aquellos compañeros guardianes. A todos.