Lo hice. Os digo que lo hice. No lo pensé y tampoco me arrepiento. Abrí un cajón de mi escritorio en la oficina y allí estaba la carta.
La nebulosa de los momentos posteriores a la decisión me impide recordar con claridad; ¿qué demonios le dije a mi jefe? No debió ser malo pues la empresa me ingresó lo que supuestamente me debía e incluso me escribieron que volviera cuando quisiera, que la puerta quedaba abierta para mí.
Esa neblina pasó de golpe cuando vi por primera vez la granja. Allí no se podía vivir ni prosperar, por mucha bienvenida que me diera el mismísimo alcalde de Pueblo Pelícano. Estaba cansado, eso lo recuerdo bien. Desde entonces estar cansado toma una nueva dimensión. La cama parecía un abismo de continua caída hacia un vacío extraño y oscuro acompañado con sonidos de ultratumba.
La granja no tiene luz eléctrica aunque sí televisión. Si quiero ver algo dentro de la casa tengo que encender la chimenea. Curiosamente se me da bien. Casi como apretar un botón.
Mi abuelo me deja una granja y un vasto terreno para explotarla. Para que deje la oficina y su rutina. Para que conozca otra vida. ¿Mejor?
Por lo pronto todos los días me despierta un gallo que no sé dónde diablos está. Todos los días. A las 6 de la mañana. Sin falta. Madrugaba menos en mi anterior vida.
Hace poco me quedé dormido en el porche de la entrada sin darme cuenta. Eran las dos de la noche. Alguien me sisó dinero y otro alguien me metió en la cama amablemente y me dejó una carta en el buzón para explicarse. En unas semanas he recibido más cartas que en toda mi vida.
Todos los días canta el gallo. A las seis. Estar cansado toma una nueva dimensión. Madrugaba menos en mi anterior vida. No me arrepiento.
Stardew Valley.
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